“Una sociedad sin los medios de cambiar está sin los medios de conservar.” – Sir Edmund Burke
En medio del crecimiento del interés por las ideas conservadoras en Puerto Rico, especialmente tras el surgimiento de Proyecto Dignidad (PD) como una opción política alternativa, es necesario hacer una pausa y preguntarnos: ¿realmente entendemos lo que significa ser conservador?
Porque no basta con proclamarse conservador ni usar el término como una etiqueta conveniente. Ser conservador no es un estilo de vida, ni un “branding” político, ni una pose moral. Es una filosofía política sólida, con fundamentos históricos, principios aplicables y consecuencias reales en la vida de una sociedad. Y esa filosofía exige formación, coherencia y humildad. No es para improvisados.
¿Qué es ser conservador?
Ser conservador es, en esencia, reconocer que no todo cambio es progreso, y que la tradición y la experiencia humana acumulada son fuentes legítimas de sabiduría. Es defender instituciones que han probado ser funcionales, la familia, la propiedad privada, el Estado de derecho, y entender que el orden social no puede mantenerse si cada generación pretende reinventar el mundo desde cero.
El filósofo político británico Roger Scruton lo dijo mejor: “Ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, lo probado a lo experimentado, el hecho a lo misterio, lo real a lo utópico.” El conservadurismo no se trata de nostalgia, sino de prudencia. De entender que los principios que han sostenido civilizaciones no deben tirarse por la borda cada vez que aparece una moda ideológica.
Las corrientes internas y el problema del desconocimiento
Uno de los problemas más serios del conservadurismo emergente en Puerto Rico es que no se entienden las variantes dentro del movimiento. Muchos hablan de
“la derecha” sin distinguir entre el conservadurismo clásico, el liberalismo económico, el nacionalismo cultural, o incluso el populismo reaccionario, que muchas veces se presenta como “conservador” pero rompe con sus fundamentos.
Esta falta de formación ha llevado a que personas con buenas intenciones, pero sin claridad ideológica, estén tratando de liderar un movimiento que no comprenden. Algunos se nutren de libros o autores que predican ideas que nunca han vivido ni aplicado, mientras que otros simplemente adaptan su discurso al momento político, sin convicciones reales.
Y esto no sería tan grave si no fuera porque, en el proceso, están ignorando, y en algunos casos, descartando, a quienes llevan décadas defendiendo estas ideas cuando no era popular hacerlo. Personas que han pagado el precio político, personal y profesional por mantenerse firmes. Quienes hoy intentan levantar banderas conservadoras no pueden hacerlo pisoteando el camino trazado por otros.
Proyecto Dignidad y la confusión de principios
Proyecto Dignidad ha generado expectativas legítimas como un partido que puede representar valores conservadores en el ámbito político. Sin embargo, también ha evidenciado un desorden conceptual que necesita ser atendido con urgencia. Muchos de sus líderes, actuales y emergentes, no han aclarado si su enfoque es netamente religioso, político, moralista o filosófico. Y esa ambigüedad, lejos de atraer, confunde.
Ser cristiano no equivale automáticamente a ser conservador. Y viceversa. El conservadurismo puede ser sostenido por personas de fe, sí, pero también por agnósticos o no creyentes que comparten su visión antropológica, su respeto por el orden natural y su enfoque realista de la política. Si Proyecto Dignidad no define con claridad sus principios, su discurso terminará siendo contradictorio e insostenible.
Además, es peligroso tratar de encerrar el conservadurismo dentro de un solo partido. El conservadurismo es más amplio que cualquier estructura partidista. Su esencia está en los principios, no en los colores. Atribuirle la exclusividad a un partido político lo debilita, lo convierte en una herramienta de poder y no en una propuesta de país. La historia nos ha enseñado que cuando una ideología se convierte en propiedad de un partido, corre el riesgo de ser usada, distorsionada o abandonada cuando deje de ser rentable electoralmente.
El llamado: formación, respeto y visión a largo plazo
Lo que se necesita ahora no es una campaña de imagen, sino una etapa seria de formación ideológica y política. Hay que estudiar a los pensadores conservadores, desde Edmund Burke hasta Scruton. Hay que conocer los fundamentos del orden natural, la importancia de la subsidiariedad, la crítica a la ingeniería social, el rol limitado del Estado, la defensa de las libertades bajo un marco de responsabilidad.
También hay que respetar a quienes ya han caminado este tramo. La renovación no significa borrar el pasado. Como dijo Burke: “Una sociedad sin los medios de cambiar está sin los medios de conservar.” Pero el cambio debe surgir del conocimiento, no de la improvisación.
El conservadurismo no se sostiene con buenas intenciones ni con citas sacadas de contexto. Se construye con ideas claras, compromiso con la verdad, y respeto por el legado de quienes nos precedieron. Solo así puede convertirse en una alternativa real para un Puerto Rico que, más que discursos, necesita orden, justicia y rumbo.

