“Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, Y habla verdad en su corazón.” Salmos 15:1-2 (RVR1960)
La honestidad en el discurso público y político es un pilar fundamental para la construcción de una sociedad informada y crítica. En el contexto de Puerto Rico, un territorio con una situación política, económica y social única resulta común observar cómo se presentan los logros de otros países como modelos potencialmente implementables en la isla. Esto plantea una interrogante clave: ¿Es honesto presentar esos logros como soluciones aplicables sin considerar las profundas diferencias constitucionales y contextuales que existen entre Puerto Rico y esos países?
En primer lugar, es importante reconocer el valor que tiene observar modelos exitosos de otras naciones. Analizar cómo se han abordado problemáticas similares en otros contextos puede ofrecer ideas frescas e inspiradoras. Sin embargo, la honestidad intelectual exige una contextualización adecuada. Puerto Rico, como territorio no incorporado de los Estados Unidos, opera bajo un marco constitucional y legal que limita su autonomía en muchas áreas clave, como el comercio internacional, la política fiscal y la capacidad para establecer tratados. Pretender que estrategias exitosas de países con plena soberanía puedan aplicarse directamente en la isla sin reconocer estas limitaciones es, en el mejor de los casos, una simplificación ingenua y, en el peor, un acto de deshonestidad deliberada.
Tomemos como ejemplo los sistemas educativos. Finlandia es frecuentemente alabada por su modelo educativo, caracterizado por una baja cantidad de tareas, un enfoque en el bienestar estudiantil y un alto nivel de profesionalización docente. Presentar este sistema como directamente implementable en Puerto Rico ignora factores cruciales como las diferencias en recursos económicos, la autonomía legislativa para realizar reformas significativas y la infraestructura existente. Sin embargo, es posible extraer ideas adaptables, como el énfasis en la capacitación docente, siempre y cuando se reconozcan las limitaciones estructurales.
En el ámbito económico, países como Singapur son citados como ejemplos de cómo una economía pequeña puede florecer mediante la inversión extranjera y el comercio internacional. Sin embargo, Singapur tiene la capacidad de negociar tratados comerciales independientes, una opción que Puerto Rico no posee debido a su estatus como territorio estadounidense. Presentar este modelo como aplicable sin reconocer esta diferencia fundamental no solo es deshonesto, sino también
contraproducente, ya que puede generar expectativas irreales entre la población.
En este contexto, también surgen ejemplos como Argentina y El Salvador. Argentina, con su vasta extensión territorial y economía basada en recursos naturales, opera bajo un sistema soberano que le permite tomar decisiones políticas y económicas de manera independiente. Si bien podrían destacarse sus logros en áreas como la educación superior gratuita o su enfoque en la producción agrícola, las diferencias en escala, estructura gubernamental y recursos limitan la aplicabilidad directa de estas iniciativas a Puerto Rico. Por otro lado, El Salvador ha llamado la atención en los últimos años por su adopción de Bitcoin como moneda legal y su enfoque en la tecnología. Sin embargo, Puerto Rico no cuenta con la capacidad para tomar decisiones de ese tipo de manera unilateral debido a su relación con los Estados Unidos y el uso exclusivo del dólar como moneda.
Otro aspecto a considerar es la narrativa que se construye al destacar logros extranjeros. Aunque la intención pueda ser buena, también puede fomentar un sentido de inferioridad colectiva o una percepción de que Puerto Rico carece de la capacidad para generar soluciones propias. Este enfoque puede desviar la atención de los esfuerzos locales y de la necesidad de trabajar dentro de las limitaciones actuales para lograr un progreso significativo.
Entonces, ¿qué implica ser honesto al presentar logros de otros países? En esencia, requiere un reconocimiento claro de las diferencias estructurales, culturales y legales entre Puerto Rico y las naciones citadas. Además, demanda una discusión abierta sobre las adaptaciones necesarias para que ciertas ideas puedan ser útiles en el contexto puertorriqueño. Esta honestidad no solo eleva la calidad del debate público, sino que también fortalece la confianza de los ciudadanos en quienes plantean estas propuestas.
EPara finalizar, utilizar los logros de otros países como referencia puede ser una herramienta valiosa, pero siempre que se haga con honestidad y responsabilidad. Ignorar las diferencias constitucionales y contextuales entre Puerto Rico y esos países es no solo deshonesto, sino también contraproducente, ya que genera expectativas irreales y desvía la atención de soluciones viables y contextualizadas. El reto radica en encontrar un balance: aprender de los demás sin perder de vista las realidades propias, reconociendo las limitaciones y aprovechando las fortalezas que distinguen a Puerto Rico. Solo así podremos avanzar hacia un futuro más justo y sustentable.

