Estrategia, alianzas y coherencia: ¿de qué está hecha la política?

“Una estrategia política es el plan consciente y organizado para alcanzar objetivos políticos.” Prof. Daniel Marte, Ph.D.

“Preferimos perder con dignidad antes que ganar ensuciándonos las manos”. Esa es una frase que se escucha con frecuencia en los sectores conservadores, especialmente cuando llega la hora de hablar de alianzas políticas. Se repite con orgullo, como si la integridad moral estuviera inevitablemente peleada con la victoria electoral o legislativa. Pero ¿es esa la única forma de entender la política? ¿Estamos obligados a elegir entre coherencia y eficacia?

Las preguntas no son nuevas, pero vuelven con fuerza cada vez que se abre un proceso electoral, se discute una reforma clave o se decide una coalición inesperada. Desde la derecha, es urgente revisar cómo pensamos la política, y cómo usamos, o dejamos de usar, sus herramientas para avanzar causas que consideramos esenciales.

¿Cómo usamos la política en la política?

La política no es un discurso: es acción. Requiere convicción, sí, pero también estrategia. Es un campo de disputa de poder donde participan actores diversos, con intereses e ideas distintos, que se organizan para influir en el rumbo de una sociedad. No basta con tener la razón, ni siquiera con tener valores sólidos. La política exige construir mayorías, negociar, ceder en lo secundario para avanzar en lo esencial.

Negarse a participar en ese juego bajo la premisa de que es “sucio” es, en realidad, una forma de rendición. Si no jugamos, otros lo harán por nosotros, y no necesariamente para bien.

¿Es incorrecto o desleal hacer alianzas?

La lealtad no se mide por la pureza doctrinal, sino por la honestidad con la que se actúa. Una alianza no es traición si se hace con objetivos claros, límites definidos y una brújula moral que oriente las decisiones. Al contrario: negarse a toda alianza por miedo a “contaminarse” puede ser una forma de irresponsabilidad política.

Hay causas que no pueden esperar la consolidación de un partido ideal ni la aparición de un candidato perfecto. Cuando se trata de defender la vida, la familia, la libertad educativa o la propiedad privada, cada oportunidad perdida puede tener consecuencias irreversibles. ¿No sería más desleal con esos principios dejarlos sin defensa por no querer compartir la mesa con otros?

¿Aliarse con quienes piensan distinto nos hace hipócritas?

No, si somos honestos sobre las diferencias. La política se basa en acuerdos parciales entre actores que coinciden en lo inmediato, aunque no compartan una visión completa del mundo. Una alianza no exige renunciar a las propias ideas, sino establecer una agenda común concreta y acotada.

El verdadero problema no es trabajar con otros partidos o movimientos; es no saber hasta dónde llegar con ellos. La hipocresía aparece cuando se disfraza la conveniencia como convicción, cuando se calla lo que se piensa para agradar o ganar votos. Pero eso no es inevitable en una alianza. Se puede negociar sin disimular, sumar sin diluirse.

¿Hacer alianzas es señal de debilidad o de madurez?

Depende. Si la alianza nace del miedo, del oportunismo o de la falta de identidad, claro que es un signo de debilidad. Pero si responde a un análisis frío de la realidad política, a una lectura estratégica del contexto y a la voluntad de avanzar en lo que es posible sin renunciar a lo esencial, entonces es un signo de madurez.

La política, como la vida adulta, implica tomar decisiones difíciles. El idealismo inmaduro prefiere la derrota “limpia” a la victoria parcial. El liderazgo maduro sabe que perder por no querer negociar no es nobleza: es inutilidad.

¿El voto estratégico es válido para adelantar causas?

Sí, y es necesario. Votar estratégicamente es entender que no siempre elegimos entre lo ideal y lo malo, sino entre lo menos malo y lo peor. En esos casos, el voto no es una expresión de identidad pura, sino una herramienta para limitar daños o ganar terreno.

Por ejemplo, si en una elección hay un candidato que coincide con un 60% de nuestra agenda, y otro que la niega por completo, votar por el primero, aunque no sea perfecto, puede ser la diferencia entre tener un espacio desde donde avanzar o quedar marginados.

En este sentido, el voto estratégico no es resignación; es realismo político.

¿Es mejor perder con las manos limpias que ganar con alianzas?

Esta es la pregunta más incómoda, porque apela directamente al orgullo y a la imagen que tenemos de nosotros mismos. La respuesta depende de qué consideramos “manos limpias”. Si entendemos por eso no haber transado nunca con nadie diferente, entonces sí: ganaremos nuestra derrota y quedaremos tranquilos en nuestra conciencia. Pero si “manos limpias” significa haber actuado con honestidad, transparencia y límites éticos, entonces las alianzas no necesariamente ensucian nada.

La verdadera suciedad política no está en compartir espacio con otros, sino en callar lo que pensamos, en vender principios por cargos, en dejar de representar lo que se dice defender. Y eso puede ocurrir incluso sin alianzas.

¿Qué es una alianza, un voto estratégico, una estrategia política?

Una alianza es un acuerdo temporal entre actores distintos para avanzar un objetivo compartido. No exige afinidad total, solo una base mínima de coincidencias. Se construye sobre la confianza y el respeto mutuo, y debe tener términos claros.

Un voto estratégico es una decisión racional para maximizar impacto político, no una declaración de amor al candidato. Se vota para influir, no solo para expresar.

Una estrategia política es el plan consciente y organizado para alcanzar objetivos políticos. Implica elegir batallas, priorizar causas, identificar aliados y adversarios, y actuar con coherencia.

¿Y desde la derecha qué?

Desde la causa conservadora, deberíamos tener claridad sobre algo: el adversario no es solo ideológico, es también estructural. Muchos de los espacios de poder, culturales, judiciales, mediáticos, están ocupados por visiones que desprecian nuestros valores. Si queremos tener alguna posibilidad de influir, necesitamos inteligencia estratégica, vocación de poder y capacidad de articulación.

Eso no significa renunciar a nuestros principios. Significa estar dispuestos a jugarlos en la cancha real de la política. Defender la verdad en abstracto no basta. Hay que llevarla al Ejecutivo, al Legislativo, el Congreso, a los municipios, a los medios, a la sociedad civil. Y para eso se necesitan alianzas, votos, estrategia.

La política no es un lugar para los impacientes ni para los puristas. Es el arte de avanzar sin perder el rumbo, de negociar sin traicionarse, de sumar sin disolverse. Los conservadores que quieran tener impacto deberán dejar de temerle a la palabra “alianza” y empezar a pensar en términos de “influencia”.

No se trata de ganar a cualquier costo. Se trata de ganar con principios, pero también con inteligencia. Porque la causa es demasiado importante como para dejarla en manos del azar o del orgullo.

“Las alianzas no son un fin; las alianzas son un medio de conseguir el fin que se apetece; el fin consiste en los intereses permanentes de la nación; las alianzas deben proporcionar este fin.”  Juan Donoso Cortés, pensador, político y diplomático español