¿Y si el problema no es el título, sino lo que no queremos mirar?
Bueno, me dieron palo por usar un “título incorrecto” … aunque el título como tal no aparecía en el escrito, sino en una gráfica. Oops, mea culpa. Es que, siendo honesto, vengo del mundo académico, y las gráficas no me impresionan mucho… a menos que traigan estadísticas, márgenes de error y una buena fuente bibliográfica. Si quieren que uno respete un título, ponlo en texto, no en diseño.
Dicho eso, vamos a lo que importa de verdad.
En ausencia de un título formal explícito en el cuerpo del escrito, se utilizó dicha frase como referencia editorial. Esto es una práctica común y válida dentro de la
libertad literaria cuando no se proporciona un título oficial. En otras palabras, si el texto comienza con una frase fuerte que resume el sentir de todo el escrito, es perfectamente natural, y honesto, usarla como título de referencia.
Y si la intención de la autora era establecer un título específico, quizás la próxima vez convenga simplemente escribirlo de forma clara al inicio del texto. Así se evitan confusiones innecesarias y se le da al lector una guía directa sobre el enfoque del escrito. Porque, aunque las gráficas pueden ser llamativas, en el mundo de las ideas, las palabras escritas pesan más que el diseño.
Y aquí es donde quiero ser claro: el escrito no fue un ataque. Fue un análisis. Una crítica, sí, pero desde la preocupación, no desde el desprecio.
Porque, aunque se insiste en que todo lo malo que le ha pasado a Proyecto Dignidad viene de “gente de afuera” queriendo destruirlo… hay demasiadas señales que apuntan a lo contrario. Lo que ha ido debilitando a PD no son los ataques externos, sino las decisiones internas, el silencio ante los errores, el cierre de espacios y la falta de autocrítica.
No se trata de destruir, sino de mirar con honestidad
Cuando alguien escribe señalando grietas, no está demoliendo la estructura; está tratando de evitar que se caiga. Pero si cada vez que alguien levanta una bandera de advertencia se le acusa de tener una “agenda personal”, de ser “enemigo”, o de estar “sembrando cizaña”, entonces no hay forma de corregir nada. Y eso fue, precisamente, uno de los puntos del escrito: PD se ha blindado tanto con el discurso de los valores, que ha olvidado evaluarse a la luz de esos mismos valores.
¿Y las denuncias? ¿Dónde están las pruebas?
Se preguntan por qué no se han hecho denuncias formales, si lo que se dice es tan cierto. Pero hay que entender algo importante: no todo lo que es dañino o injusto se traduce en un caso legal. Hay cosas que son éticamente cuestionables, manipulaciones que no rompen una ley, pero sí rompen la confianza. Muchos no llevaron sus experiencias a los tribunales porque preferían no hacerle daño al partido. Pero eso no significa que lo vivido no fuera real, ni que la indignación sea inventada.
¿Y los chats, las decisiones arbitrarias, las manipulaciones? Están documentadas entre los que estuvieron allí. Y aunque algunos no quieran hacerlas públicas por respeto o por lealtad, eso no borra lo que pasó.
Sobre el uso de la fe como bandera política
Este punto incomoda, lo sé. Pero es necesario tocarlo. Decir que se gobierna “con valores” suena bien… hasta que esos valores se usan para invalidar a todo el que piense diferente. En muchos discursos del partido, y de sus figuras más visibles, se usó la Biblia como una especie de sello de aprobación política. Se dijo que votar “con principios” era votar por PD, y que todo lo demás era votar contra Dios. Eso no es predicar valores; eso es usar la fe como campaña. Y lo peor es que, al final, quienes terminan pagando los platos rotos no son solo los políticos, sino la iglesia misma.
“¿Por qué tanto ataque, si estamos tan acabados?”
Este argumento se ha repetido bastante, como si fuera una carta ganadora: “Si estamos tan destruidos, ¿por qué les dedicamos tanto tiempo?”
Y la respuesta es sencilla: porque decepciona más quien te prometió algo distinto.
La gente esperaba de PD una alternativa diferente, una política limpia, una propuesta honesta. Pero lo que se ha visto son muchas de las mismas prácticas que se critican en los partidos tradicionales: luchas internas, silencios cómplices, decisiones cerradas, protagonismos, y agendas disfrazadas de valores. Eso es lo que duele. Y por eso se habla. Porque la caída de una esperanza siempre duele más que la caída de un partido.
Al final del día…
Aquí nadie está diciendo que no hay ataques externos. Claro que los hay. Siempre habrá intereses cruzados, proyectos nuevos, gente con ambiciones. Pero centrar toda la narrativa en “nos quieren destruir desde afuera” es una forma conveniente de no mirar hacia adentro. Y mientras no se mire hacia adentro, no hay arreglo posible.
No basta con decir que uno es distinto. Hay que demostrarlo.
No basta con hablar de integridad. Hay que vivirla.
Y no basta con decir que se es víctima. A veces, también hay que reconocer que los errores propios jugaron un papel.
Este país necesita algo más que partidos nuevos: necesita liderazgos con carácter, con apertura, con capacidad de escuchar la crítica sin temblar. Porque la dignidad no se defiende gritando más fuerte… se defiende actuando mejor.

