La Biblia
Creemos que la Biblia es la única Palabra de Dios inspirada, infalible y autorizada. Por lo tanto, nuestro ministerio enfatiza la exposición de la Palabra de Dios desde Génesis hasta Apocalipsis, línea por línea, precepto por precepto. Creemos que los 66 libros del Antiguo y Nuevo Testamento son el registro completo de la revelación de Dios a la humanidad. Diferentes hombres, mientras escribían de acuerdo con sus propios estilos y personalidades, fueron movidos sobrenaturalmente por el Espíritu Santo para registrar las mismas palabras de Dios, infalibles en los escritos originales. Por lo tanto, aquellos que se esfuerzan por estudiar su contexto literal, histórico-gramatical, pueden entender con precisión la Palabra de Dios. Las Escrituras son totalmente confiables como nuestra autoridad final y suficiente para toda la vida (2 Timoteo 3:16-17; 2 Pedro 1:20-21).
El Dios Trino
Creemos en el único Dios vivo y verdadero, que existe eternamente (Juan 17:3) en perfecta unidad como tres Personas igualmente divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:19–20). Cada miembro de la Deidad, mientras ejecuta roles distintos pero complementarios en la historia de la redención, tiene precisamente la misma naturaleza, atributos y ser, y es igualmente digno de la misma gloria, honor y obediencia (Juan 1:1–4; Hechos 5: 3–4).
Dios el Padre
Creemos que Dios el Padre creó todas las cosas en seis días literales para Su gloria según Su propia voluntad (Apocalipsis 4:11), a través de Su Hijo, Jesucristo. Él sostiene todas las cosas por la Palabra de Su poder y gracia, ejerciendo una autoridad soberana sobre toda la creación, providencia y redención (Colosenses 1:17; Hebreos 1:3).
Dios el Hijo
Creemos que Jesucristo, el Hijo eterno, movido por el amor según la voluntad del Padre, tomó carne humana (Juan 1:1, 14, 18). Concebido por obra milagrosa del Espíritu Santo, nació de la virgen María. Él, siendo completamente Dios y completamente hombre (Juan 14:8–9), vivió una vida sin pecado y derramó Su sangre en sacrificio y murió en la cruz en nuestro lugar logrando la redención para todos los que ponen su fe en Él. Resucitó visible y corporalmente de entre los muertos tres días después y ascendió a los Cielos, donde, a la diestra del Padre, es ahora Cabeza de Su Cuerpo, la Iglesia, único Salvador y Mediador entre Dios y los hombres, y volverá a la tierra en poder y gloria para consumar su misión redentora (1 Timoteo 3:16).
Dios el Espíritu Santo
Creemos que el Espíritu Santo, en todo lo que hace, glorifica al Señor Jesucristo durante esta época. Él convence al mundo de pecado, justicia y juicio. Él atrae a los no redimidos al arrepentimiento y la fe, y en la salvación imparte nueva vida espiritual al creyente, trayendo a esa persona a la unión con Cristo y el Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo santifica, sella, llena, guía, instruye, conforta, equipa, empodera, mora permanentemente en el momento de la salvación y otorga dones espirituales al creyente para vivir y servir como Cristo (Juan 16:8; 13:15; Tito 3:5; Efesios 1:22; 4:11–12; Romanos 8:9–17; 12:4–8; 1 Corintios 3:16; 12:4–5, 11–13, 19; Gálatas 5:25; Hebreos 2 :1–4; 2 Corintios 12:12).
Salvación
Creemos que el Señor Jesucristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, como expiación sustitutiva en nuestro lugar, y que la salvación se encuentra en nada menos que en Jesucristo. Antes de la Creación, Dios escogió a aquellos que serían salvos y les concedió esta gracia inmerecida únicamente en base a Su beneplácito soberano. La muerte de Jesucristo en la cruz fue el pago único y completo por los pecados, satisfaciendo plenamente la ira justa de Dios, para cada persona que se vuelve del pecado en arrepentimiento y pone su fe en Cristo solo por gracia. En el momento de la salvación, cada persona es hecha una nueva creación por el Espíritu Santo, declarada justa ante Dios y asegurada como hijo adoptivo de Dios para siempre. La fe genuina continúa en la obediencia y el amor por Jesucristo con una vida deseosa de glorificar a Dios y perseverar hasta el fin (Romanos 8:37–39; 2 Corintios 5:21; 1 Corintios 12:13).
La Iglesia
Creemos que al poner la fe en el Señor Jesucristo como Salvador, el creyente se hace parte del Cuerpo de Cristo, la única iglesia universal, de la cual Jesucristo es la Cabeza. Las Escrituras ordenan a los creyentes que se reúnan localmente para dedicarse a la adoración, la oración, la enseñanza de la Palabra, el compañerismo, las ordenanzas del bautismo y la comunión, el servicio al cuerpo local mediante el desarrollo y uso de talentos y dones espirituales, y la extensión a mundo para hacer discípulos (Efesios 1:22–23; Hechos 2:42–46; 1 Corintios 14:26; Mateo 28:18–20). Dondequiera que el pueblo de Dios se reúna regularmente en obediencia a este mandato, allí está la expresión local de la iglesia bajo el cuidado vigilante de una pluralidad de ancianos. Los miembros de una iglesia deben trabajar juntos en amor y unidad, decididos al propósito final de glorificar a Cristo (Efesios 4:16).
Las cosas por venir
Creemos y esperamos con expectación el regreso glorioso, visible, personal y premilenial del Señor Jesucristo. La bendita esperanza de Su regreso tiene una relación vital con la vida personal, el servicio y la misión del creyente (1 Tesalonicenses 4:13–18). Creemos en la resurrección corporal tanto de los salvos como de los perdidos. Los perdidos serán resucitados para juicio y experimentarán la ira eterna en el Infierno. Los salvos serán resucitados al gozo eterno en el cielo nuevo y la tierra nueva en la presencia manifiesta de Dios (Hechos 1:3, 9; Hebreos 7:25–26).
Bautismo y Comunión
Creemos que el bautismo cristiano es una declaración pública de la salvación del creyente en Cristo, identificándose con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección simbolizada por la inmersión en agua. La Cena del Señor es la conmemoración unida por parte de los creyentes de la muerte de Cristo hasta que Él venga y debe ser precedida por un cuidadoso autoexamen (Hechos 2:41; Romanos 6:3–6; 1 Corintios 11:20–29).
Nuestro propósito y llamado
Creemos que Dios creó a la humanidad, hombre y mujer, a su imagen y semejanza, libre de pecado, para glorificarse a sí mismo y disfrutar de su comunión. Creemos que es el objetivo, el deber y el privilegio de cada creyente y comunidad de la iglesia local glorificar a Dios respondiendo como participantes activos al llamado de Jesucristo a la Gran Comisión de ir y hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19).
“Si no entiendes quién es Dios, si tu visión de Dios está distorsionada, entonces te afectará en la forma en que vives. Debemos tener una comprensión adecuada del carácter y la naturaleza de Dios. Lo que creas te permitirá superar los desafíos y las dificultades de la vida. Y no hay mejor lugar para comenzar que con Dios mismo y lo que la Biblia dice acerca de Él.” – Daniel Marte