La cuestión de si podemos justificar acciones incorrectas bajo la premisa de que “otros lo hacen” es una pregunta que ha estado presente a lo largo de la historia, en especial en el ámbito de la ética. Si bien esta excusa ha sido invocada en muchas ocasiones para explicar decisiones cuestionables o moralmente reprochables, es crucial analizar este tema desde un enfoque más amplio, especialmente cuando se trata de aquellos que se identifican como personas íntegras. Esta problemática se vuelve aún más significativa en la política, donde los líderes no solo son responsables de sus propias acciones, sino que también sirven como modelos para la sociedad. En este artículo, exploraremos en detalle si es aceptable utilizar este tipo de justificaciones, centrándonos en los aspectos éticos, psicológicos y políticos.
El principio de reciprocidad y la moral individual
Uno de los argumentos más comunes que se emplean para justificar el comportamiento incorrecto es la apelación a la reciprocidad: “Si los demás lo hacen, ¿por qué yo
no?” Este principio, en su forma básica, sugiere que es aceptable responder a una acción con una reacción similar. En las relaciones humanas, el principio de reciprocidad puede ser útil en muchos contextos; por ejemplo, si alguien nos trata con amabilidad, se espera que respondamos de la misma manera. Sin embargo, cuando se trata de acciones inmorales o ilegales, el principio pierde su fuerza ética.
El filósofo alemán Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes en ética, desarrolló el concepto del imperativo categórico, que sostiene que una acción solo puede considerarse moral si puede ser universalizada sin contradicción. Es decir, no se debe actuar de una manera que no quisiéramos que todos actúen en situaciones similares. Bajo este esquema, el hecho de que otros hagan lo incorrecto no justifica de ninguna manera que uno también lo haga. De hecho, justificar comportamientos inmorales basándose en las acciones de otros socavan la responsabilidad individual y la integridad personal.
Desde el punto de vista psicológico, la tendencia a imitar comportamientos negativos puede estar relacionada con un fenómeno conocido como “conformidad social”. Experimentos clásicos en psicología social, como los realizados por Solomon Asch, han demostrado que los individuos tienden a seguir la corriente de lo que hace la mayoría, incluso si saben que esa corriente es incorrecta. Esto pone de manifiesto la influencia del entorno en las decisiones individuales, pero también destaca la importancia de resistir la presión social cuando se trata de cuestiones morales.
La integridad personal como una barrera contra la corrupción moral
El concepto de integridad se refiere a la coherencia entre los principios y las acciones de una persona. Cuando una persona se identifica como íntegra, está implícitamente afirmando que tiene un código moral que guía su comportamiento y que este código no puede ser fácilmente corrompido por las acciones de los demás. Sin embargo, en la práctica, muchas personas que se consideran íntegras enfrentan desafíos cuando se encuentran en un entorno donde lo incorrecto parece ser la norma.
La integridad personal actúa como una barrera frente a la corrupción moral, ya que aquellos que valoran profundamente sus principios tienen más probabilidades de resistir la tentación de seguir malos ejemplos. No obstante, la presión para conformarse con los comportamientos mayoritarios puede hacer que algunas personas busquen excusas para justificar sus propias acciones, apelando a la famosa frase: “Si todos lo hacen, no puede estar tan mal”. Este razonamiento, sin embargo, no resiste un análisis ético riguroso, ya que la moralidad de una acción no depende de cuántas personas la realicen, sino de su conformidad con principios éticos universales.
Política y moral: ¿un campo de excepciones?
La política es un área en la que el debate sobre la moralidad y el comportamiento correcto e incorrecto adquiere una relevancia especial. A menudo, los políticos se enfrentan a dilemas éticos que requieren decisiones difíciles, y en muchos casos, la tentación de hacer lo incorrecto parece ser una constante. La corrupción, el clientelismo, el abuso de poder y la deshonestidad son algunos de los problemas que a menudo se justifican bajo la premisa de que “es lo que todos hacen en este campo”.
En el ámbito político, la integridad no es solo una virtud personal, sino una necesidad para ganar y mantener la confianza pública. Un político que justifica comportamientos inmorales argumentando que “así es como funciona el sistema” está, en última instancia, contribuyendo al deterioro de ese mismo sistema. De hecho, las instituciones políticas dependen en gran medida de la confianza y de la percepción de justicia por parte del público. Cuando los ciudadanos pierden la confianza en sus líderes, el sistema democrático se debilita, lo que puede llevar a la desilusión, la apatía y, en casos extremos, al colapso social.
Algunos defensores del realismo político, como el filósofo Nicolás Maquiavelo, sostienen que en el ámbito político los fines justifican los medios y que los líderes deben ser pragmáticos, incluso si eso significa actuar de manera inmoral en ciertas circunstancias. Sin embargo, esta perspectiva ha sido duramente criticada por aquellos que argumentan que los líderes, precisamente porque tienen una gran responsabilidad, deben ser más, y no menos, íntegros que el ciudadano promedio.
El caso de la corrupción política: ¿Todos lo hacen?
Uno de los ejemplos más claros de la justificación de hacer lo incorrecto porque “otros lo hacen” es la corrupción política. En muchos países, la corrupción ha alcanzado niveles sistémicos, y los políticos corruptos suelen justificar sus acciones diciendo que el sistema en el que operan es inherentemente corrupto y que no tienen otra
opción si quieren sobrevivir políticamente.
Esta justificación es especialmente peligrosa porque perpetúa un ciclo vicioso: cuanto más se justifica la corrupción, más normalizada se vuelve, y más difícil es erradicarla. Además, este tipo de excusas ignoran el impacto devastador que la corrupción tiene en las sociedades, desde el debilitamiento de las instituciones democráticas hasta el aumento de la desigualdad y la pobreza.
El hecho de que otros políticos participen en la corrupción no exime a ningún individuo de su responsabilidad personal. En lugar de seguir la corriente, los líderes políticos tienen la obligación de desafiar el estatus quo y trabajar para construir sistemas más justos y transparentes. Esto requiere no solo un alto grado de integridad personal, sino también coraje y voluntad de enfrentar las posibles consecuencias de actuar de manera ética en un entorno corrupto.
Las implicaciones a largo plazo de las justificaciones inmorales
El peligro de utilizar la excusa de que “otros lo hacen” va más allá del comportamiento individual. Cuando este tipo de justificaciones se normalizan, contribuyen a la creación de una cultura en la que los estándares éticos se ven erosionados. En el ámbito político, esto puede tener implicaciones devastadoras para el futuro de una nación. La corrupción generalizada, la desconfianza en las instituciones y la pérdida de valores morales básicos son solo algunos de los problemas que surgen cuando se permite que las justificaciones inmorales prevalezcan.
Es fundamental que tanto los individuos como las instituciones resistan la tentación de caer en la trampa de las justificaciones inmorales. Para lograrlo, es necesario cultivar una cultura de responsabilidad, en la que las personas sean conscientes de que sus acciones tienen un impacto, independientemente de lo que hagan los demás. Además, en el contexto político, es crucial que los líderes comprendan que su integridad no solo afecta su reputación personal, sino también la salud y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
El camino hacia una ética más sólida
Para combatir la tendencia a justificar el mal comportamiento basándose en las acciones de otros, es necesario un enfoque multidimensional. En primer lugar, es esencial que las personas desarrollen una fuerte brújula moral personal, basada en principios éticos sólidos y en la capacidad de tomar decisiones independientes, incluso en situaciones de presión social o profesional.
En el contexto político, las reformas estructurales que promuevan la transparencia y la rendición de cuentas son igualmente importantes. Estas medidas no solo ayudan a reducir la corrupción, sino que también envían un mensaje claro de que hacer lo incorrecto, incluso si otros lo hacen, no será tolerado. Además, es crucial que los ciudadanos exijan altos estándares de sus líderes y participen activamente en la vida política para garantizar que los principios de integridad y justicia prevalezcan.
En resumen, la idea de que podemos hacer lo incorrecto porque otros lo hacen es una excusa débil que no resiste un análisis ético profundo. Justificar el mal comportamiento basándose en las acciones de los demás socava la responsabilidad individual, erosiona la integridad personal y, en última instancia, debilita las instituciones sociales y políticas. En el ámbito político, donde la confianza y la honestidad son esenciales para el buen funcionamiento de la democracia, la necesidad de actuar con integridad es aún más apremiante. Por lo tanto, es fundamental que tanto los individuos como los líderes políticos se esfuercen por mantener altos estándares éticos, independientemente de lo que hagan los demás. Solo a través de este compromiso con la integridad es posible construir una sociedad más justa y equitativa.

